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lunes, 8 de abril de 2013

: Extraña Nota en el diario La NACIÓN : (Sábado 6-4-13)


06:04:2013 - Editorial del Periodista Jorge Fernandez Diaz del día sábado en el diario La Nación, sorprende por la veracidad de sus dichos, como el "llamativo llamado de atención" que realiza a los políticos opositores al Gobierno Nacional. (Falto que les escriba adonde tenían que ir y punto final).

LA NACIÓN / Diario / Buenos Aires /  5 abril de 2013
Nota: "Esa turbia pero imprescindible pasión por el poder"

     Perdón por abrazarme a Byron: "La consecuencia de no pertenecer a ningún partido
significará que los molestaré a todos". Y una cosa más: el lector sensible, aquel que crea
que la política es el arte de los discursos altruistas y las buenas conciencias, tiene la
oportunidad ahora mismo de abandonar esta página plebeya y pragmática, y seguir con
las confortables monsergas al uso. Lo que se propone este cronista no será perdonado por muchos
lectores, y lo sabe, pero no puede resistirse a pensar en voz alta y sin filtros sobre este asunto tan
serio que damos en llamar "la política". Ahí vamos: la nominación del papa argentino, acontecimiento
fundante si los hay, fue el test perfecto para calibrar el comportamiento y la pericia de las fuerzas
locales en pugna. Y el resultado fue notorio: el kirchnerismo tuvo reflejos , velocidad, cinismo,
fortaleza y contundencia, logró girar en el aire dejando un desparramo a su alrededor y consiguió
apoderarse impúdicamente de Jorge Bergoglio, su enconado crítico, con el simple método de
abrazarlo por la cintura. Gracias a su instinto salvaje, acaso con un cierto fuego sagrado que se tiene
o no se tiene en política y en cualquier otra disciplina, logró que las diferencias quedaran de pronto
borradas. Quince días después, casi ningún sector popular cree que el papa Francisco y la
presidenta Cristina Kirchner sean realmente enemigos.

La oposición, que está plagada de almas bellas y verbales, tiene varios dirigentes que muy bien
podrían postularse como los representantes nacionales de "la ideología Francisco". Todos ellos se
quedaron con la boca abierta viendo cómo la dama de negro viraba, les quitaba protagonismo y
ocupaba una vez más el centro de la escena. Mauricio Macri debió ser rescatado de la multitud
anónima por un allegado del Papa para lograr una mera foto de cabotaje. Los demás dirigentes
vernáculos que frecuentaban a Bergoglio y bebían de sus consejos, se quedaron en Buenos Aires a
mirar el espectáculo por televisión. Ni se les ocurrió hacer el esfuerzo de abrirse paso a los codazos
en la Plaza San Pedro para ganar la tapa de las revistas y de los diarios del mundo. Eso les parece
marketing repugnante, oportunismo inconducente, demagogia sacrílega y otros apelativos igualmente
morales con los que arroparse para seguir durmiendo la siesta.

Esa gente, que suele ser honesta e incluso a veces hasta inteligente, cree que hacer política es ser
columnista radial o panelista del cable. Sólo el kirchnerismo, con su monstruosa voluntad de poder,
dio un paso al frente y produjo hechos políticos de gran contundencia. Decía un viejo zorro del
radicalismo: hay dos clases de hombres en la política, los que la comentan y los que la hacen. La
oposición está llena de comentaristas que dan muy bien en cámara.

Resulta muy decepcionante para los que de verdad creemos en la necesidad de un bipartidismo que
no exista un verdadero deseo irrefrenable por tomar el comando de este país. Sin ese deseo animal,
no puede haber tampoco un proyecto que enamore ni un líder que lo encarne y lo explique. Lo que
quedan son aspirantes a Capriles grises, o amantes de las minorías, que se indignan por todo y que
en su fuero íntimo piensan que son demasiado buenos y honestos para ser elegidos por una
sociedad tan corrupta y equivocada.

Al Papa lo entregaron. No fueron capaces siquiera de disputarlo un poco. Se trataba de una valla baja
para el antikirchnerismo, tenía todo a favor, y aun así no logró saltarla. Algunos opositores parecen
novios castos: los canallas suelen birlarles a las chicas lindas.
Hay un segundo test por delante y tiene la forma de una pregunta maldita. ¿Qué es el peronismo?
Parece una interrogación básica, y de hecho hay mucha bibliografía para contestarla. Sin embargo,
este asunto nunca fue debidamente resuelto por el antiperonismo, y hoy interpela como nunca a la
dirigencia que aspira a derrotar en las urnas al gran partido del poder. Aquella respuesta galvanizante
necesita ser repensada una vez más y de manera crucial, dado que ese movimiento nacional que
practica el populismo, esa oligarquía estatal de ideologías a la carta, ha reemplazado prácticamente a
todo el sistema político. Propone tácitamente un bipartidismo trucho (la interna abierta de dos o hasta
tres neoperonismos) y muestra simbólicamente un triunfo cultural e histórico: ahora resulta que hasta
el Papa es peronista.

Ser peronista ya no es ser nacionalista, ni neoliberal, ni desarrollista, ni guevarista ni socialdemócrata.
Todos estos uniformes ideológicos sirvieron para diferentes momentos y requerimientos de la historia.
Voy a arriesgar mi propia respuesta. Es sencilla, y a la vez muy compleja: ser peronista, en realidad,
es hacer política con los de abajo. El peronismo se ocupa de hacer política en las clases trabajadoras,
en el proletariado (dicho en términos marxistas), entre los humildes y los marginales, y no hay en esto
una valoración necesariamente positiva en cuanto a sus propósitos: está visto que muchas veces sus
gobiernos han actuado para crear una clientela y mantenerla hundida en la pobreza como voto
cautivo y funcional. Ser peronista, a estas alturas del travestismo, sólo es operar en las zonas
populares de la sociedad, allí donde únicamente la Iglesia Católica, junto con algunas evangélicas,
actúa y crea conciencia. Salvo las honrosas excepciones del macrismo, que se ha metido hasta el
cuello en las villas porteñas, y algunos radicales de gestión o feudo provincial, la mayoría de las
fuerzas de la oposición se contentó siempre con integrar partidos de clase media. Sin inserción
territorial. Y el territorio es muy grande: hay por lo menos 20 millones de pobres en este país. Con
sólo posar sus ojos sobre esa sociedad postergada y mejorarle mínimamente la calidad de vida, Hugo
Chávez les gana a todos sus enemigos como el Cid Campeador: muerto y con la cabeza en alto. La
tradición peronista de los sectores bajos se debe a la memoria del agradecimiento del primer Estado
de bienestar de los años 40, abonada por el contacto sistemático del peronismo de todos los pelajes a
lo largo de seis décadas. El clientelismo me resulta abominable y creo que no debería imitarse, pero
no es la única herramienta política para cautivar a las clases sumergidas. Y si no me creen, pregunten
a los intelectuales del Partido de los Trabajadores de Brasil.

En algunas ocasiones, los radicales lograron que esos sectores los votaran. Pero nunca supieron,
quisieron o pudieron retener esa esperanza, insertarse en esas calles y ganar definitivamente esos
corazones. Como lo hicieron Perón y Evita, y en cierta medida el "partido" de Jorge Bergoglio. Los
opositores deberían pensar seriamente en este hecho decisivo: no se puede ser una opción real del
poder sin trabajar de manera sistemática en el barro.
Tampoco se puede ganar el premio mayor sin crear una nueva épica y construir un nuevo relato. El
kirchnerismo ha abusado del montaje, pero la creación de una forma propia de relatar el presente y el
pasado ha tenido gran eficiencia. Es inviable producir ilusiones sin presentarse como parte de un
linaje histórico, así como es ingenuo, en nombre de la concordia, no crear figuras a denunciar y a
derrotar para que el futuro sea mejor. Sin un linaje ni una narración vibrante y dura, sin un perfume a
epopeya, el votante actúa por default técnico: Macri es los 90, el radicalismo es la Alianza, Binner es
un santafecino y Carrió es la virgen testimonial. Un líder opositor debería tener un alegato tan alejado
del Gobierno como de los medios. Un alegato original, que cambie el eje de discusión y que suene a
nuevo. Un discurso sincero, lejos de la impostura, pero lo suficientemente efectista como para
comunicar con rapidez y sin remilgos una idea, una verdad.

Como los viejos colonos escondidos detrás de las carretas y acosados por los sioux, algunos
opositores parecen únicamente esperar la llegada salvadora del Séptimo de Caballería, que sería un
fracaso económico. Es cierto que este modelo parece tener el tanque perforado, y resulta ciertamente
probable que al final se descubra que como Alfonsín y Menem, los Kirchner fueron negligentes con la
economía, nos hicieron vivir por encima de nuestras posibilidades y nos condujeron dulcemente a la
bancarrota. Tal vez un líder opositor pueda apelar a la idea de terminar por fin con treinta años de
descalabros y pueda prometer algo modesto pero deslumbrante: construir por primera vez un país
serio, imitando a Chile, a Brasil e incluso a Uruguay. El discurso inaugural de Pepe Mujica hablaba de
eso; el primer kirchnerismo apostaba a "un país normal" quizá sin imaginar que nos conduciría a este
manicomio financiero.

La oposición, sin embargo, no debería esperar que esta crisis se precipitara. Primero de todo, porque
sería como desearnos el mal a nosotros mismos y sobre todo a los sectores más indefensos. Y en
segundo lugar, porque el kirchnerismo ha sabido capear tempestades y levantarse de amargas
derrotas que parecían terminales. Eso es lo que más rescato de la fuerza gobernante: su pasión por
prevalecer. Esa misma pasión se necesita para llegar a la Casa Rosada, probar una alternancia y
realizar una experiencia sanadora. No veo esa turbia pero imprescindible pasión en nadie más.

Lector sensible, le advertí que no me perdonaría. Le recuerdo, en mi defensa, algo que no dijo Byron,
pero que se advertía en mi barrio. El que avisa no es traidor.
© LA NACION .

Link de la nota: http://www.lanacion.com.ar/1569595-esa-turbia-pero-imprescindiblepasion-por-el-poder

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